Eduardo Verona (Exclusivo para El Gran Campeón)

Maradona está en todas partes.

“La gloria es más importante que la plata”, dijo alguna vez, quizás sintetizando una forma de ver la vida. Y de ver el fútbol. A un año de su despedida tan inabarcable como otras despedidas memorables (la de Evita, el Che Guevara, Perón y Gardel, entre otras partidas que reivindicaron aquella frase de volver y ser millones), Diego Maradona regresa como un visitante que siempre nos interpela. A favor o en contra. Con una nostalgia irremediable o con un olvido premeditado que nadie cree. Porque Maradona reactiva un lugar común que en esta oportunidad vale la pena celebrarse porque expresa una verdad absoluta en tiempos de verdades relativas: el hombre que murió el 25 de noviembre de 2020, está en todas partes.
Porque continúa viviendo en todas partes. En las calles, en las esquinas, en los bares, en las reuniones, en los trenes, en los colectivos, en los aviones, en las bromas, en las alegrías que se disfrutan, en las tristezas y angustias que se recogen en los amaneceres y en los crepúsculos, en las charlas cotidianas entre amigos y enemigos, en las fantasías de cada uno y en los recuerdos de todos, más allá de las heridas que siempre quedan. Como sostenía el intelectual marxista y filósofo existencialista, Jean Paul Sartre (fallecido en París el 15 de abril de 1980), “el hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo”, Diego se hizo a sí mismo. Y se construyó desde la orfandad que regalan las altas cumbres del protagonismo insuperable.
¿Quién pudo acompañarlo en esa impresionante travesía de alcance planetario? ¿Quién le sugirió ir por acá o por allá para no exhibir en público sus fragilidades? ¿Quién le tiró una soga valiosa para rescatarlo de las fiestas inolvidables? La respuesta es tan simple como contundente: nadie. Porque nadie logró volar a esas alturas. Debió experimentar Maradona siendo muy pibe, el clamor estremecedor de las multitudes y la indulgencia oportunista de los obsecuentes que siempre abundan. Así se fue construyendo dejando jirones en cada arranque y en cada pausa que trascendieron la dinámica implacable del fútbol mundial.
Ese chico vulnerable de Villa Fiorito que murió a los pocos días de haber cumplido 60 años, desajustó por completo todos los equilibrios formales. No quedó ninguno en pie. El marcó un antes y un después en la lógica del ídolo que nació en el barro, acarició el cielo y regresó a su primer refugio, sin las compañías que le prometieron amor eterno. Afirmar hoy que Maradona ya no está, no deja de ser una ficción sin presente, sin futuro y sobre todo sin realismo. Diego quedó ahí. En la memoria colectiva. En el imaginario popular. En las sombras y en las luces de todas las ciudades. Y en la vida que sigue latiendo.

"EDUARDO VERONA"
ESPECIAL PARA "¡INDEPENDIENTE, EL GRAN CAMPEÓN!"

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